martes, noviembre 8

Capítulo IV

Divagando en el espeso, oscuro y tenebroso mundo del subconsciente me dí cuenta de lo difícil que es a veces ser feliz. Teniendo en mente la mejor tarde de mi vida ayer con Yanira y ni siquiera así me sentía completamente feliz. En cuanto pensaba en lo bien que debería sentirme mi subconsciente atraía malas vibraciones a mi ser que me impedían ver la luz de las cosas buenas que pudieran ocurrirme. ¿Por qué no me deja nunca ser enteramente feliz?
Esto fue lo que pensé la mañana posterior. Me hallaba en mi cama, sereno, tranquilo, mi estado favorito, pensando en mis cosas cuando me dio por sacar otro recorte del periódico que me había llamado la atención. Decía así:
Puedes atacar a tu presa hasta hacerle pedacitos, ella te verá siempre como algo superior, sabrá que eres una amenaza para ella pero tu grandiosidad le cegará y querrá verte de cerca una y otra vez. ¿De qué sirve tener un alma llena de luz? Jamás llegarás a rebosar tanta alegría como el alma que poseen las nubes. Sí señor, las nubes, las únicas que recogen de todo un océano para repartirlo a todos, sin atenerse a condiciones ni razas.
Hazle sangrar, ella te seguirá amando pues lo único que desea es morir en tus brazos pues en el mundo de los vivos siempre se sentirá inferior, se sentirá presa, esa presa de la sociedad que solo muriendo podría expresar sus horribles sentimientos.


Me levanté de la cama y deje abierta la ventana que daba directamente a la calle. Pasó una brisa que pareció que solo arrastraba llantos y lamentos de una ciudad que probablemente entraría pronto en guerra. Y es que así son los altos mandos, bien sea por su codicia o su miedo, conducen a una oleada de almas inocentes a la penuria. A este, mi pueblo, que pareciera no tener ni voz ni voto.
Ví a mi madre. Estaba haciendo las tareas de la casa pero la noté un aura de tristeza. Le pregunté qué la sucedía. Era por mi padre... esta vez ni siquiera se había dignado a aparecer por la mañana. Estaba destrozada...
Mientras, mi hermano mayor, a su bola como siempre, aislado en su burbuja de felicidad. A veces le envidiaba pues era una especie de Peter Pan con el que todos hemos soñado cuando vemos que nos hacemos adultos. Él siempre será un niño ajeno al mundanal ruido.

Él conocía mejor que nadie el mundo, pues éste solo tiene sentido en la infancia.

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